Capitulo 1 » Se nos cae el mundo»

– Pobre muchacha de ojos tristes, la muerte de tu padre te va a traer muchos problemas, pero no temas, que yo estaré a tu vera.

Un joven abraza a una triste muchacha, que llora desconsolada sobre los hombros que la intentan consolar en vano, es de noche, una fuerte tormenta azota el oscuro jardín en el que se encuentran, ellos, se resguardan de la lluvia en el cobijo de un balcón, donde nadie les ve. El joven besa suavemente en la frente a la muchacha.

– Ve, vuelve a casa antes de que nadie note tu ausencia. Sécate las lagrimas que cubren tu hermoso rostro, acuéstate y duérmete, pues ya nada puedes hacer, Además, una dama no debe ser vista en la calle a estas horas, y menos en la compañía de alguien como yo.

La muchacha abraza todavía mas fuerte al joven, y con un leve intento de sonrisa, se despide, al tiempo que cubre con su oscura capa su rostro, y desaparece en las sombras de la tormentosa noche.

El joven, suspira al irse ella, una lágrima cae inevitablemente por su rostro, su amo a muerto, el hombre que para él era un padre, por su mente pasan recuerdos de su niñez. Un niño aprendiendo a montar a caballo, y un galán muy arreglado le enseña, también le enseñó a usar la espada, y a esconderse por el bosque, así como andar por las calles sigilosamente, el creció bajo la atenta mirada de su amo, el cual le avía tratado como a un hijo desde la muerte de su madre. Y como le dio la oportunidad de crecer junto a la hermosa muchacha.

Entre tanto, le viene a la mente la promesa que le hizo a su padre, el padre de la dama, cuando se lo encontró en el suelo de un oscuro callejón, con la única luz de su antorcha tirada en el suelo, con una daga clavada en el corazón, lleno de sangre y casi sin aliento, el hombre que para el había sido su padre, le hizo prometer que cuidaría de su familia, pero sobre todo de su preciada hija. Gritó pidiendo auxilio, pero nadie venía, le pidió varias veces que no le abandonase, pero era inevitable, avía perdido mucha sangre, y la daga estaba clavada muy profunda, entre lagrimas, y abrazando al cuerpo que poco a poco se iba quedando sin vida, prometió que la cuidaría con su propia vida. Sintió como le abandonaba, como perdía la vida en sus brazos sin que el pudiera hacer lo más mínimo, así que le quitó la daga y envolviéndola en un paño, se la guardó, y esperó a que llegasen los guardias, al verle abrazando lo que ya era un cuerpo sin vida, fueron a separarlo, tuvieron que hacerlo entre dos, porque él se negaba a que fuera cierto, no podía creerse la muerte de su padre. pero su suplicio no había acabado, ver la cara de la esposa al contarle la noticia, le había echo perder su papel de hombre duro, y había roto a llorar, abrazando a la mujer que para el sería como una segunda madre, sabiendo que su perdida era compartida, pero sobre todo, el darse cuenta de que Valentina les había oído, le rompió el corazón, su joven dama, la mujer por la que estaba prendado desde bien niño, no pudo evitarlo, y al verla huir la siguió por la oscuridad hasta atraparla, y abrazarla entre sus brazos.

Su noche ha empeorado notablemente, por lo que decide hacer como Valentina y descansar, camino a su dormitorio percibe la silueta de una persona, sabe perfectamente que es un patio cerrado, en el que posee ventaja, puesto que se conoce cada recoveco a la perfección, sin pensárselo dos veces, se dirige con paso firme hacia la silueta. A medida que se acerca, observa como la silueta va cogiendo forma de soldado, cubierto con una capa, intentando ocultar en vano su posición. La rabia de lo ocurrido no le deja pensar, en cuanto lo siente cerca, como si de un acto-reflejo se tratase le sujeta por el cuello, y con la otra mano alza el puño al aire amenazando al intruso.

– Espero que tengas un motivo lo suficientemente creíble como para estar a estas horas en los jardines de la casa de mis señores, por que de lo contrario te sacaré de aquí, y no precisamente de un modo amable.

– Lo tengo Alessandro, lo tengo, soy solamente un mensajero, el obispo me envía en su busca, y no me puedo ir sin vos.

Atónito, no cree lo que escucha, con una agilidad sorprendente le quita la capucha al mensajero, y descubre que no es otro que su amigo el vicario, desconcertado le empuja a la oscuridad del muro, y le hace un gesto para que le indique el camino. Era la persona que menos se esperaba ver a esas horas en ese lugar. Mientras recorrían las calles, las dudas le inundaban la mente, hasta que no pudo más.

– Lo siento pero debo preguntarte si nos has visto.

– He visto a dos hermanos llorando la muerte de un padre, no he visto nada de lo que me deba preocupar, o ¿acaso estaba pasando otra cosa en las oscuridades?

– No! por supuesto que no, pero cualquier mal pensado abría pensado que estamos enlazados, y perjudicar así a Valentina.